La suerte está echada
Con todo lo que a diario no alcanzamos a digerir de tanta información vertiginosa y universal que recibimos de y en las Tics, pareciera que estamos pasando de largo por el siglo XXI. Pero no, aún nos falta demasiado; y quizás lo más probable es que apenas alcancemos a darnos cuenta de solo una mínima parte de su desarrollo, por más “pilos” o “surfistas de la última ola” que nos creamos.
Así que junto a la investigación y al necesario “cacharreo” de aplicaciones, artefactos, plataformas y técnicas, siempre hay que volver –aunque sea por un instante–, a lo elemental. Pues está claro que la capacidad creadora del ser humano es inagotable. Y de las tantas maravillas que nos ha proporcionado su ingenio e industria en la cultura, la ciencia y la tecnología recientes y de siempre, ninguna posee alcances tan vastos como la Internet. No en vano podría decirse que ella es la Naturaleza virtual, porque allí también hay de todo para todos, si así nos lo propusiéramos.
¿Enredados?
Por eso, no hay sino que tomar conciencia y admirarse con la fabulosa posibilidad de vínculo, con la que uno a una, persona a persona, la Internet nos permite hilar para trenzar urdimbres y tramas; y atar cabos y enlazar y tejer redes que hacen posible tender por todos lados el intento de una comunicación interactiva. Es decir, deseos e ideas que se expresan en palabras, frases y propuestas de acción, con las que deberíamos, por fin, atrapar la comprensión y el entendimiento que tanto requerimos para el humanismo que nos debe caracterizar.
No podemos olvidar jamás que en nuestro lenguaje: la palabra es obra, es pensamiento y realidad, es conocimiento y experiencia, pero también sueño e imaginación. La palabra y la vida son nuestro mayor patrimonio, nuestra única propiedad verdadera, el valor de uso y cambio efectivos para compartir cuanto somos: los privilegiados seres vivos dotados con lo necesario para ser conscientes de nuestra existencia y alegría de vivir en permanente creAcción.
¿Ahora… o cuándo?
Por todo lo anterior, tenemos que imponernos la urgencia de seguir extendiendo esta red, chinchorro, costal, chingue, atarraya, hamaca, chumbe, poncho, ruana, líchigo, o como queramos llamarla en Colombia. Sí, porque para recrearnos es la diversidad de tejidos multiusos que aquí poseemos, abigarrados y complejos como sus materiales. Y así mismo es nuestro componente étnico y cultural, al que también debemos acercarnos más para entender nuestras diferencias.
O sea, que al mismo tiempo que requerimos y localizamos productos y servicios digitales intuitivos para Internet: Identidad digital, Desarrollo Web, Marketing digital, APP – Aplicaciones móviles, Software como servicio (SAAS), Pasarela de pago y Tienda virtual, debemos mantener nuestro “polo a Tierra”. Porque si ya hicimos posible una Naturaleza virtual, está claro que también habitamos una Pacha Mama o Madre Tierra digital. Y eso tiene sus implicaciones.
A lo que somos y vinimos
Ante todo, es necesario que hagamos crecer el clamor de comprendernos; de aceptar que sólo valemos por lo que somos: por lo que hacemos y sabemos; que estamos muy por encima de lo que tenemos y de los afanes desmedidos por sentirnos, como sea, más y mejores y con mayores derechos que los demás. Sólo en la medida en que nos apliquemos a desarrollar al máximo nuestras capacidades creadoras y con ellas la construcción de un entorno armónico para la convivencia, podremos entender que la digitalización global es también parte de la solución.
El reto es, pues, valernos con equilibrio de la Naturaleza virtual y de la Madre Tierra digital para convertir la digitalización global en un hábitat sembrado y abonado con generosas dosis de intuición, sensibilidad, raciocinio, activismo, tolerancia, creatividad, respeto y audacia. Sólo así nos mereceremos el fruto de la conciencia crítica, de las ideas, opiniones, comentarios e inquietudes, tan indispensables para permitirnos que lo esencial humano prevalezca y no sus derivaciones artificiales.